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a la vista de todos estaba su tomadura de pelo, su teatro rozando lo grotesco, por más que se enfundara en la más deliciosa de las sedas y bajo el manto del perfumo más delicado. ante tal espectáculo, mis santo padre cuyo filosofía soy devoto, tuvo bien en agotar su discurso despojado de prejuicios, y así lo hizo contra cualquier otro símil de esa misma silueta. antes de que me diera cuenta, mi vanidad se había agotado y de la ventana estallaban cada noche arrebatos de furia. trágico, pensaba. pero todo pensamiento era ya tardío pues la costumbre hace el hábito y en nuestro mundo no existe el arrepentimiento. puede que mi mente hubiese divisado los primeros vestigios de una juventud caducada y el inconsciente, a menudo traicionero, hubiese fabricado argumentos que encajaran en el papel de antagonista. un antagonista que esta vez es protagonista y primer y único testigo de un intento fallido de un nuevo pensamiento. el presente se funde en la mímesis y sólo el tiempo evitará posibles confusiones.